Reunidos para abrigar desde el amor.
Mientras el frío invierno se apoderaba de Santiago, nuestra comunidad educativa se convirtió en un faro de esperanza, que bajo un cielo oscuro y un frío que calaba los huesos, apoderados, estudiantes y trabajadores se unieron en el “Carrete con Cristo”, el viernes 13 de junio.
Para abrazar con el alma a nuestros hermanos que viven en la intemperie, en los alrededores del hospital San Juan de Dios, la misión era simple pero profunda: transformar la indiferencia de la noche en un inolvidable encuentro de amistad y calor humano.
La organización, impecable y nacida del afecto, dispuso un verdadero bálsamo contra el frío y el olvido, se repartió té y café humeante que devolvía el calor a las manos, pan y quequitos que endulzaban el espíritu, y un plato de comida caliente que reconfortaba el cuerpo y el alma.
Gracias a la infinita ternura de los más pequeños, el Ciclo Inicial entregó sándwiches que portaban tesoros invaluables: mensajes de aliento y cariño escritos por sus propias manos. A su vez, gracias a la campaña del Centro de Padres (CEPA), abrigó las extremidades y el corazón con guantes, gorros y calcetines, tejiendo una barrera de lana y afecto contra la escarcha. Incluso los compañeros más leales, los perritos, recibieron su porción de alimento y cuidado.
Pero el regalo más profundo no fue material, fue el milagro de la conversación que floreció en medio de la oscuridad, el cariño que se magnificó en cada gesto y la conexión que se forjó en la vulnerabilidad compartida.
En esa noche fría, una sonrisa agradecida o un “gracias” susurrado se convirtieron en el más elocuente de los discursos, nuestros corazones se conmovieron profundamente con su dolor y su fortaleza, recordándonos que la verdadera caridad no es un acto de condescendencia, sino un ejercicio de profunda gratitud por ser más afortunados.
La noche del viernes 13 se fue, y el frío de Santiago persiste, pero en los corazones de quienes dieron y recibieron, algo ha cambiado para siempre, se encendió una brasa de esperanza que ningún invierno podrá apagar. Porque en el sencillo acto de compartir un café, una palabra o una sonrisa, descubrimos que el amor es el único abrigo que verdaderamente nos protege del frío del mundo.
Esa noche, en los alrededores del hospital San Juan de Dios, no solo se repartió alimento; se sembraron semillas de dignidad y se cosecharon lazos eternos de humanidad, porque siempre, “Seguimos creyendo, creando y creciendo”.